LOS MISERABLES
Las teorías modernas sobre la lucha contra el delito postulan la rehabilitación de quienes incurren en conductas consideradas contrarias a la sana convivencia de la sociedad, pero la realidad es que nada hace el estado colombiano por obtener esa rehabilitación. Por el contrario, se limita a aumentar periódicamente las penas, olvidando que el delito es fruto de las condiciones sociales y económicas que cada sociedad vive, y de otra parte los sitios de reclusión en lugar de operar como centros de rehabilitación, son verdaderas y refinadas escuelas del delito, donde se mezclan la drogadicción, la extorsión, el alcoholismo, los abusos sexuales, el asesinato, el tráfico de influencias y la corrupción que incluye a los ejecutivos y carceleros, por lo que terminan convirtiendo a sus huéspedes en delincuentes más diestros, en monstruos dispuestos a cobrar venganza de esa sociedad que muchas veces de manera injusta los ha condenado al olvido, sin reparar, como ya anoté, que en muchos casos es la misma sociedad la culpable de esos desvaríos que con tanta dureza y evidente selectividad reprime a través de unos jueces tan inflados de vanidad como desinformados de su labor.
Este pasaje del libro Los
Miserables de Víctor Hugo, en magnífica parábola sobre un náufrago, describe el
egoísmo y la crueldad de la humanidad que no se conmueve ante el dolor ajeno, y
hace un excelente símil entre el tormento del náufrago en denodada lucha contra
el mar que representa la miseria humana, y el de un preso que lucha solitario contra el piélago de mezquindades que lo
rodea, en referencia a uno de sus personajes, el ex - presidiario Valjean,
que terminó pagando 19 años de prisión por robar un pan para su hermana viuda y
sus siete (7) sobrinos, a quienes trataba de mantener:
“¡Un
hombre al mar!
“¡Qué
importa! El buque no se detiene por eso. El viento sopla; el barco tiene una
senda trazada, que debe recorrer necesariamente.
“El
hombre desaparece y vuelve a aparecer; se sumerge y sube a la superficie;
llama; tiende los brazos, pero no es oído: la nave, temblando al impulso del huracán,
continúa sus maniobras; los marineros y los pasajeros no ven al hombre
sumergido; su miserable cabeza no es más que un punto en la inmensidad de las
olas.
“Sus
gritos desesperados resuenan en las profundidades. Observa aquel espectro de
una vela que se aleja. La mira, la mira desesperado. Pero la vela se aleja,
decrece, desaparece. Allí estaba él: hacía un momento, formaba parte de la
tripulación, iba y venía por el puente con los demás, tenía su parte de aire y
de sol; estaba vivo. Pero ¿qué ha sucedido? Resbaló; cayó. Todo ha terminado.
“Se
encuentra inmerso en el monstruo de las aguas. Bajo sus pies no hay más que
olas que huyen, olas que se abren, que desaparecen. Estas olas, rotas y
rasgadas por el viento, lo rodean espantosamente; los vaivenes del abismo lo
arrastran; los harapos del agua se agitan alrededor de su cabeza; un pueblo de
olas escupe sobre él; confusas cavernas amenazan devorarle; cada vez que se
sumerge descubre precipicios llenos de oscuridad; una vegetación desconocida lo
sujeta, le enreda los pies, lo atrae: siente que forma ya parte de la espuma,
que las olas se lo echan de una a otra; bebe toda su amargura; el océano se
encarniza con él para ahogarle; la inmensidad juega con su agonía. Parece que el
agua se ha convertido en odio.
Pero
lucha todavía.
“Trata
de defenderse, de sostenerse, hace esfuerzos, nada. ¡Pobre fuerza agotada ya,
que combate con lo inagotable!
“¿Dónde
está el buque? Allá a lo lejos. Apenas es ya visible en las pálidas tinieblas
del horizonte.
“Las
ráfagas soplan; las espumas lo cubren. Alza la vista; ya no divisa más que la
lividez de las nubes. En su agonía asiste a la inmensa demencia de la mar. La
locura de las olas es su suplicio: oye mil ruidos inauditos que parecen salir
de más allá de la tierra; de un sitio desconocido y horrible.
“Hay
pájaros en las nubes, lo mismo que hay ángeles sobre las miserias humanas; pero,
¿qué pueden hacer por él? Ellos vuelan, cantan y se ciernen en los aires, y él
agoniza. Se ve ya sepultado entre dos infinitos, el océano y el cielo; uno es
su tumba; otro su mortaja.
“Llega
la noche; hace algunas horas que nada; sus fuerzas se agotan ya; aquel buque, aquella
cosa lejana donde hay hombres, ha desaparecido; se encuentra solo en el formidable
abismo crepuscular; se sumerge, se estira, se enrosca; ve debajo de sí los indefinibles
monstruos del infinito; grita.
“Ya no lo
oyen los hombres. ¿Y dónde está Dios?
“Llama.
Llama sin cesar.
“Nada en el
horizonte; nada en el cielo.
“Implora
al espacio, a la ola, a las algas, al escollo; todo ensordece. Suplica a la
tempestad;
la tempestad imperturbable sólo obedece al infinito.
“A
su alrededor tiene la oscuridad, la bruma; la soledad, el tumulto tempestuoso y
ciego, el movimiento indefinido de las temibles olas; dentro de sí el horror y
la fatiga.
“El
frío sin fondo lo paraliza. Sus manos se crispan y se cierran, y cogen, al
cerrarse, la nada. Vientos, nubes, torbellinos, estrellas; ¡todo le es inútil!
¿Qué hacer? El desesperado se abandona; el que está cansado toma el partido de
morir, se deja llevar, se entrega a la suerte, y rueda para siempre en las
lúgubres profundidades del sepulcro.
“¡Oh
destino implacable de las sociedades humanas, que perdéis los hombres y las
almas en vuestro camino! ¡Océano en que cae todo lo que deja caer la ley!
¡Siniestra desaparición de todo auxilio! ¡Muerte moral!
“La
mar es la inexorable noche social en que la penalidad arroja a sus condenados.
La mar es la inmensa miseria. El alma, naufragando en este abismo, puede
convertirse en un cadáver. ¿Quién lo resucitará?”
Excelente
ResponderEliminarExquisito
ResponderEliminarAsí es la naturaleza humana.
ResponderEliminarUn bello escrito que aterriza en la realidad
ResponderEliminarMaravilloso. Me encantó la reflexión. Lo complejo es pensar que un día podremos estar a salvo en un barco, y otro podemos ser un náufrago implorando ayuda.
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