LA GUERRA Y LOS CORRUPTOS

 

Insisto en que promover la guerra e impedir que se pacte la paz con los alzados en armas, a quienes el estado no ha podido derrotar por las armas en más de 50 años de una cruel y despiadada lucha fratricida, -y jamás podrá lograrlo-, es un acto de supremo sadismo con el pueblo colombiano, que es el que la lleva sobre sus hombros porque tiene que  sacrificar inútilmente a sus hijos, porque padece la persecución y el chantaje de los dos bandos, porque tiene que abandonar sus parcelas para que los grandes explotadores se las apropien con la anuencia del Estado.

Cuando A. Uribe accedió al poder en el año 2002 con toda su carga de resentimiento y cinismo, prometió acabar con la guerrilla y a ello dedicó toda su tiempo, su energía, y gran parte de los recursos públicos, y pese a ello, no pudo lograrlo, -ni gobierno alguno lo logrará-, porque la guerrilla no es un ejército regular, y así como aparece perpetrando un asalto, un atentado, un secuestro, con la misma rapidez desaparece y se oculta, favorecidos por los campesinos que han sufrido en carne propia la indiferencia y el abandono del Estado, la violencia y el maltrato de sus cuerpos armados, adoctrinados para maltratar, torturar y asesinar sin escrúpulos, convencidos como los tienen de que luchan contra una gran confabulación extranjera que quiere hacerle daño al País. Lo anterior, agravado por el hecho recientemente comprobado de que la denominada “inteligencia” del Ejército solo sirve para ubicar los niños campesinos en los campamentos guerrilleros y masacrarlos.

No es justo que la clase dirigente colombiana, ahora permeada por el narcotráfico asentado en el poder, siga promoviendo el odio entre el pueblo y asustando a la comunidad con futuros dantescos si no los eligen a ellos, que se presentan como la única posibilidad de que este País sea viable, económica y políticamente.

Pienso que la gran mayoría de los votantes no ha caído en cuenta que esta es una guerra en la que mueren únicamente campesinos, soldados y policías extraídos obviamente del pueblo, mientras los señorones, por ellos elegidos, planean la guerra desde los escritorios, los salones del Congreso y los clubes sociales, y mandan a sus hijos a prepararse en el extranjero sobre el arte de enriquecerse rápidamente e ilícitamente, sin importarles ni la suerte de los necesitados, ni el bien común que tanto invocan en sus mendaces discursos, pero que además permanecen inconmovibles con el hambre y la miseria de muchos pueblos y tantas regiones, que saquean con una complacencia cínica y enfermiza.

Pienso que ya es hora de que dejemos de asustarnos con la gente que piensa en una sociedad más justa y menos mojigata, con quienes no están atados por anacronismos y prejuicios ancestrales, y están dispuestos a ponerle coto al enriquecimiento desmedido de unos deshonestos banqueros, que con sus exorbitantes ganancias se han venido adueñando de la prensa, la radio, las grandes industrias, las grandes obras de infraestructura, y que ahora también son los que deciden quién o quiénes son los elegidos para gobernar esta finca platanera llamada Colombia. A esos que obstinadamente continúan apoyando a sus verdugos, les pregunto: ¿No les llama la atención que la prensa y el gobierno colombianos, a las protestas en Cuba las llaman “estallido social” y a las protestas en Colombia “vandalismo? No les llama la atención que el gobierno colombiano, en lugar de preocuparse por remediar tanta pobreza, tanta injusticia social, y ponerle fin a tanta represión que padece nuestro pueblo, ahora masacrado en las calles, viva haciendo llamados para que todo ello se remedie en países vecinos?

Dejemos de ser tan incautos y finalmente pensemos que en las próximas elecciones tendremos la oportunidad sanear, o por lo menos intentar sanear la política colombiana, recordando al inocente niño del video que cuando le preguntaron ¿Dónde están los corruptos? respondió con inocencia y espontaneidad: “En el Congreso”.


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