LA GUERRA PIERDE ADEPTOS
Las guerras producen recesión, especulación, acaparamiento,
desabastecimiento de combustible y víveres, de medicinas, daños en la
infraestructura de transporte, en el mobiliario urbano y en bienes públicos y
privados, la fuerzas en contienda cometen abusos, desmanes, y violaciones de
los derechos humanos, y se acentúa el hambre, la pobreza, el robo y el crimen. Comparando
lo anterior con la situación actual de Colombia, lo que estamos viviendo es lo más
parecido a una guerra, aunque la historiadora Diana Uribe, anclada en el pasado e influenciada por el
eufemismo del gobierno, la llame de otra manera. Este gobierno, aunque
advertido con anticipación de lo que podía pasar, actuó con negligencia, al
confiar imprudentemente en que podría controlar la situación, como era su
experiencia en períodos anteriores, pero no fue así, porque el país, además de
estar hastiado de engaños, de discriminación, de exclusión y dictaduras
fiscales, ahora cuenta con un eficaz medio de divulgación y comunicación que hace
unos años no existía, como es la internet.
Después de veinticinco (25) días de paro, de masivas manifestaciones y
protestas de toda clase, en las que se han presentado desmanes de parte de la
población y de las fuerzas del orden, muertos y desaparecidos, gran parte de los 6.424.385 de ciudadanos de
todos los estratos sociales que votaron negativamente el plebiscito por la PAZ,
porque veían la confrontación como algo que
ocurría lejos de las ciudades entre el ejército y unos campesinos adoctrinados
en Cuba, ya están clamando por el regreso la normalidad lo más pronto posible, a
través del diálogo y la concertación. Ojalá que con esta experiencia
recapaciten y se convenzan de que la única vía para acabar con este dilatado conflicto,
es el diálogo y los acuerdos, porque es mejor una paz mal negociada que una
confrontación que ninguno va a ganar a plomo, como algunos piensan. Es de
desear que toda esta tragedia -porque saber a diario de la muerte de policías y
civiles es una tragedia-, conduzca a que, en un acto de sensatez, la mayoría de
los colombianos se incline por la frase que tanto hemos repetido: “Prefiero
una paz imperfecta a una guerra perfecta”.
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