LA PAZ O LA IGNOMINIA

Hay quienes, profesando religiones que predican el amor, el perdón, y la reconciliación, así como la caridad que implica amar al prójimo sin esperar nada a cambio,  que dominicalmente asisten al culto para comunicarse con Dios y alabarlo, ritual que debiera servir para renovarlos en su fe y en su amor por la vida y por  sus semejantes, en fin, para hacer crecer en ellos sentimientos nobles, como la bondad, y la generosidad, al contrario, pareciera producir en su  ánimo efectos antagónicos, comoquiera que con sus expresiones y actitudes diarias traicionan todos los principios y valores espirituales que los ministros del culto y los predicadores, permanente e incansablemente les recomiendan practicar, no solo para distinguirse de los profanos sino para asegurar la salvación de sus almas. En síntesis contrariamente a lo que pudiera esperarse, estamos viendo que sentimientos como el odio, el rencor y la venganza, acrecentados por una total  ausencia de caridad, son directamente proporcionales con el grado de religiosidad de muchas personas.
A mi juicio, descartadas las motivaciones de orden político que algunos tienen para oponerse al proceso de paz que actualmente se adelanta en Colombia, como aquellos que habiéndolo intentado en el pasado ahora sostienen que con “los terroristas de la  guerrilla no se debe negociar”, resulta evidente que el mayor inconveniente que se presenta para que las conversaciones de paz puedan fructificar, es un generalizado deseo de odio, sed de venganza,  y una ausencia total de nobleza, en una importante mayoría de Colombianos.
Hace pocos días conocí un mensaje que algunos amigos han hecho circular en las redes sociales mostrando las atrocidades de la guerra, con este anuncio: Cómo podemos perdonar a quienes cometen estos actos de barbarie? Lo primero que hay que observar sobre este escrito es que se trata de un aprovechamiento indebido y grotesco del dolor de quienes verdaderamente han tenido que sufrir en carne propia las crueldades de la guerra fratricida que agobia a nuestro País desde ya más de medio siglo, que no son, ni por asomo, quienes esos mensajes escriben, inspirados  en  un irrefrenable y mezquino deseo de venganza. En segundo lugar, la pregunta obvia: ¿Qué debe hacer, entonces, el País y el Estado que lo representa, distinto de adelantar conversaciones de paz con los guerrilleros, luego de haber intentado, durante tanto tiempo, derrotarlos militarmente, sin lograr su cometido? Algunos dicen: “Es que los guerrilleros deben recibir un condigno castigo por todo lo que le han hecho al País”. De acuerdo, pero eso sólo se consigue de dos maneras: o llevándolos a la cárcel o matándolos a todos, y ninguna de las dos cosas se ha podido lograr en tantos años de guerra, dolor, y bárbaras demostraciones de miseria humana. Sin lugar a duda, está el País ante una disyuntiva: o practica el perdón, en unas condiciones dignas  y acaba con el negocio sucio de la guerra, o le decimos a nuestros campesinos que deben seguir matándose, unos por una revolución sin futuro, y otros por el Establecimiento, para que las clases pudientes sigan pelechando en medio de su democracia de papel, mientras cambian cadáveres por condecoraciones.

(Publicado en LA OPINION, el sábado 23 de mayo de 2015)

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