EL MAL MENOR



Si Clara López estuviera disputando la segunda vuelta presidencial, sin pensarlo dos veces hoy estaría votando por ella, porque además de ser una persona con interesantes propuestas, representa  un partido que se ha caracterizado por combatir los desprestigiados partidos tradicionales y sus perniciosas prácticas políticas. Pero como no  es así, y hay que escoger entre dos exponentes de la clase política tradicional, considero sensato respaldar al señor Santos, quien, lo mismo que el señor Uribe nada ha hecho  por el Departamento, en su primer período, y tampoco debemos esperar que lo haga en el segundo, si gana, pero percibo que tiene mejores condiciones humanas que el moderno Uribito cuyos oscuros  promotores lo  presentan como el más capacitado timonel político del momento, sin advertir que cada vez que habla deja ver su falta de personalidad, su pobreza conceptual y una absoluta ausencia de convicción en todo lo que anuncia.
A Santos se le critica que no hubiera seguido al pie de la letra las inclinaciones, los gustos y los perversos deseos del señor Uribe Vélez, y por el contrario decidiera ejercer el poder a su estilo. Pienso que  los colombianos debiéramos celebrar ese hecho, porque esa aparente falta de lealtad, nos ha librado de seguir viendo, con horror, cómo los  amigos, cómplices y encubridores de los paramilitares, desde los más altos cargos del Estado apoyaban y patrocinaban toda clase de actividades ilícitas en contra de Magistrados, periodistas y opositores al gobierno, así como reuniones secretas en Palacio con los más conspicuos representantes de los narco-paramilitares, y una que otra masacre, cuyo recuerdo, representado en moto-sierras y hornos crematorios, hacen poner la piel de gallina. Sin lugar a dudas, ese hecho de independencia del señor Santos, que algunos califican negativamente, lo que demuestra es valor y personalidad, porque para ser el títere que el señor Uribe siempre ha buscado, el único requisito necesario es ser un pobre pelele, sin  personalidad, ni auto-estima, ni carácter, ni iniciativa, ni respeto por sí mismo.
En cuanto al proceso de paz que se negocia, debemos tener presente  que la paz que la mayoría  deseamos, -menos los guerreristas que sueñan con una quimérica rendición de la guerrilla-, comienza con la desmovilización de estos grupos, pero pasa por medidas que alivien la desigualdad social, que combatan con decisión la corrupción de los servidores públicos, que fortalezcan la justicia, que generen inversión en educación, vivienda y salud,  así como mecanismos y alternativas que propicien la participación de los obreros y trabajadores  en las utilidades de las empresas, teniendo en cuenta que sin fuerza de trabajo el capital sería improductivo. En síntesis, el fin del conflicto armado es apenas el comienzo de un proceso de paz, que si no se complementa con medidas sociales, no será duradero ni producirá los frutos esperados.
      




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