¡DESPIERTA COLOMBIA!
Al conocer el
resultado de las elecciones presidenciales del 25 de mayo, se me vino a la
mente la frase del ilustre hijo de Chaparral, asaz repetida, pero luego, observando con detenimiento,
respiré con alivio y olvidé la idea, al comprobar que la mayoría de los colombianos
(casi el 60%) se abstuvieron de votar, asqueados por la cantidad de excrementos
que los principales candidatos intercambiaban, y no quisieron salir el domingo para
no contaminarse.
Los 13 millones de
personas que votaron en estas elecciones, se explica con toda lógica, si
tenemos en cuenta que en Colombia hay aproximadamente 1,5 millones de empleados
públicos cuyos ingresos dependen del presupuesto oficial. Como en nóminas
paralelas existen otros tantos, ya tenemos 3 millones de personas interesadas
en elegir a quien suponen que les va a servir más a sus intereses, que no
siempre es el gobernante de turno. Como cada hogar de esos 3 millones de servidores
del Estado está formado mínimo por dos adultos, el número se nos multiplica por
2 para 6 millones de votantes directamente interesados en el resultado. Pero, además,
esos 6 millones tienen al menos 2 amigos
que apoyan sus intereses, porque son parientes o acreedores suyos, estamos
llegando a una cifra muy cercana al número de votantes, sumándole, por
supuesto, unos cuantos idealistas y soñadores que todavía creemos que con el
voto podemos cambiar el rumbo del País.
Es de desear que en
la segunda vuelta, esos casi 20 millones de personas que ahora no quisieron
votar salgan a ejercer su derecho, para no desperdiciar la única oportunidad
real que el País ha tenido de parar esta guerra inútil, en la que desde hace 50
años se enfrentan y se matan humildes campesinos, unos del lado de la fuerza
pública y otros en las filas de la guerrilla, mientras la clase política y los
valientes generales dan discursos,
producen arengas, pero también envían
mensajes de condolencia desde la comodidad de sus oficinas, así como conmovedoras
exhortaciones a seguir entregando la vida por la patria.
Pensemos no más en
que pactada la desmovilización de la guerrilla, ya nada justificará el voluminoso
presupuesto que año tras año se gasta el Estado Colombiano en tecnología, armas,
y sueldos, para sostener en el poder a
la clase dirigente corrupta que nos hace creer que está al servicio del pueblo,
mientras se llena las faltriqueras y asegura el futuro de sus herederos, para
que continúen haciendo lo mismo. Esos recursos que ya no se van a emplear en la
guerra, podrán invertirse en salud, educación,
vivienda y saneamiento básico.
No debemos,
entonces, dejarnos engañar de la
ultra-derecha, que pregona que la paz representa impunidad, y que el gobierno
le va a entregar el poder a la guerrilla,
primero, porque ya está dicho, todo lo que se pacte en la mesa de
diálogo, será puesto a consideración del País, para que decida si avala o no
los términos del acuerdo, y segundo, porque nadie nos va a hacer creer que un
hijo de la más rancia aristocracia colombiana, como Juan Manuel Santos, va a
entregarle el País a la guerrilla, para que venga a aniquilar todos los
privilegios que desde siempre han disfrutado las familias dueñas del País.
(Publicado en La Opinión. Lunes 2 de junio 2014)
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