EL PAIS QUE NOS DEJA URIBE VELEZ



No es fácil entender la actitud de los colombianos que pregonan que el de Uribe ha sido uno de los mejores gobiernos que hemos conocido, porque, aparte de su talante irreverente, desfachatado y pendenciero, parecido al de los colombianos del común, el balance de su gobierno es negativo, en los aspectos más sensibles para los ciudadanos.

En lo que hace a la cacareadísima seguridad, si bien disminuyeron los secuestros y las pescas milagrosas, los homicidios aumentaron desproporcionadamente, por cuenta de los paramilitares y de los militares mismos, al punto que los muertos por masacres, las muertes selectivas, desapariciones y falsos positivos, pueden sumar más de seis mil. Y qué decir de la inseguridad en las ciudades? Las estadísticas indican que nunca antes se presentaban tantos asesinatos como ahora, en las principales ciudades del País. ¿A eso puede llamarse seguridad? O es que la seguridad es apenas para los terratenientes, para los favorecidos por Agroingreso Seguro y para los grandes capitalistas?

En cuanto a la salud, nos deja un sistema quebrado, donde los pacientes tienen que llevar la mortaja, como condición para ser ingresados a los centros hospitalarios. Un sistema en el que los porteros de las clínicas y hospitales son los que deciden, a ojo, si se trata o no de una urgencia, y por ello los enfermos mueren a las puertas de los hospitales, sin ser atendidos. Y la inversión social que tanto anunció Uribe, no se vió, porque la demagógica limosna que el Estado reparte a través de “Familias en Acción”, no sirvió para disminuir la pobreza de ese 49% por ciento de los colombianos, o la indigencia que cubre a un 17% de la población.

Uribe nos deja un país radicalizado y cargado de odio, como se encontraba hace algo más de 50 años, con la diferencia de que ahora el odio y el resentimiento entre los colombianos corre por cuenta del macartismo Uribista, que proyecta en la mente de los fanáticos uribistas un terrorista o un auxiliador de la guerrilla en todo aquel que disiente o cuestiona el gobierno de Uribe, y los opositores, tal vez con más realismo, y no menos pasión, ven a una cáfila de corruptos con alma de totalitaristas, en todos los partidarios de Uribe.

Otra verdad no menos triste e inocultable es que si la economía creció, lo hizo en beneficio de los grandes capitalistas, de los dueños de los medios de producción, de los banqueros y grandes industriales, porque el pueblo, pueblo, está más pobre y con menos asistencia social que hace ocho años, aunque para minimizar el problema se diga que aumentó la cobertura en salud.

En materia de infraestructura vial, nunca el País había contemplado tan deplorable estado de la red vial, lo que le ha merecido el título del peor ministro del “gobierno uribe” al eterno Andrés Uriel Gallego; y para completar el depresivo cuadro, la corrupción campea, como reina y señora, por todos los sectores oficiales, comprometiendo hasta la familia presidencial.

Y todavía hay quienes pretenden que le demos las gracias a Uribe por habernos dejado un País descuadernado, y con sus instituciones a punto de sucumbir, por culpa del principio de oro del felizmente expresidente Uribe: “En colombia, todos somos deshonestos”.

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