SIQUIERA SE MURIERON LOS ABUELOS
Parodiando al maestro Jorge Robledo Ortiz, y extendiéndolo a todo el País, debemos exclamar: "Siquiera se murieron los abuelos sin sospechar el vergonzoso eclipse" de esta raza ahora amnésica y arrodillada ante los grandes apellidos y los señorones "nacidos para gobernar", por pertenecer a las clases que tradicionalmente han usufructuado el poder.
El maestro Robledo decía:
Hubo una Antioquia grande y altanera,
Un pueblo de hombres libres,
Una raza que odiaba las cadenas
Y en las noches de sílex,
Ahorcaba los luceros y las penas
De las cuerdas de un tiple,
Siquiera se murieron los abuelos,
Sin ver como se mellan los perfiles.
Hubo una Antioquia sin genuflexiones,
Sin fondos, ni declives,
Una raza con alma de bandera
Y grito de clarines,
Un pueblo que miraba a las estrellas
Buscando sus raíces,
Siquiera se murieron los abuelos,
Sin ver como afemina la molicie.
Hubo una Antioquia en que las charreteras
Brillaban menos que los paladines,
Una tierra en que el canto de la cuna
Adormecía también a los fusiles,
Una raza con sangre entre las venas
Pero sin sangre niña en los botines,
Siquiera se murieron los abuelos,
Sin ver los cascos sobre los jazmines.
Hubo una Antioquia en que las hachas
Eran blasones de la estirpe,
Una tierra de granos y de espigas,
De cantos y repiques,
Una Antioquia de azules madrugadas
Y tardes apacibles,
Siquiera se murieron los abuelos,
Sin sospechar el vergonzoso eclipse.
Hubo una Antioquia en que la cruz de Cristo
Llenaba el corazón de los humildes,
Una tierra en que el pan era sin llanto
Y el calor del hogar sin cicatrices,
Una raza de hombres que tenían
El alma buena y la conciencia simple,
Siquiera se murieron los abuelos,
Frente a la dulce paz de los trapiches.
Hubo una Antioquia donde la esperanza
Medía su estatura en las raíces,
Una raza de hombres que ignoraban
La blanda sumisión de los rediles
Un pueblo campesino de patriarcas
Con poder en la voz, no en los fusiles,
Siquiera se murieron los abuelos,
Sin ver omnipotencia en los alfiles.
Hubo una Antioquia de mineros fuertes,
De arrieros invencibles,
De músculos que alzaban el futuro
Como vara de mimbre,
Una raza enfrentada a la montaña
Con tesón de arrecife,
Siquiera se murieron los abuelos,
Sin la sensualidad de los cojines.
Hubo una Antioquia donde la alegría
Retozaba en los ojos infantiles,
Un pueblo que creía en las campanas
De las torres humildes
Y respetaba el grito de la sangre
Y la virginidad de los aljibes
Siquiera se murieron los abuelos,
Creyendo en la blancura de los cisnes.
Hubo una Antioquia de himnos verticales,
De azadas y clarines,
Un pueblo que veía en las estrellas
Dorados espolines
Y le rezaba a Dios, mientras la luna,
Templaba la nostalgia de los tiples
Siquiera se murieron los abuelos,
Con esa muerte elemental y simple.
El maestro Robledo decía:
Hubo una Antioquia grande y altanera,
Un pueblo de hombres libres,
Una raza que odiaba las cadenas
Y en las noches de sílex,
Ahorcaba los luceros y las penas
De las cuerdas de un tiple,
Siquiera se murieron los abuelos,
Sin ver como se mellan los perfiles.
Hubo una Antioquia sin genuflexiones,
Sin fondos, ni declives,
Una raza con alma de bandera
Y grito de clarines,
Un pueblo que miraba a las estrellas
Buscando sus raíces,
Siquiera se murieron los abuelos,
Sin ver como afemina la molicie.
Hubo una Antioquia en que las charreteras
Brillaban menos que los paladines,
Una tierra en que el canto de la cuna
Adormecía también a los fusiles,
Una raza con sangre entre las venas
Pero sin sangre niña en los botines,
Siquiera se murieron los abuelos,
Sin ver los cascos sobre los jazmines.
Hubo una Antioquia en que las hachas
Eran blasones de la estirpe,
Una tierra de granos y de espigas,
De cantos y repiques,
Una Antioquia de azules madrugadas
Y tardes apacibles,
Siquiera se murieron los abuelos,
Sin sospechar el vergonzoso eclipse.
Hubo una Antioquia en que la cruz de Cristo
Llenaba el corazón de los humildes,
Una tierra en que el pan era sin llanto
Y el calor del hogar sin cicatrices,
Una raza de hombres que tenían
El alma buena y la conciencia simple,
Siquiera se murieron los abuelos,
Frente a la dulce paz de los trapiches.
Hubo una Antioquia donde la esperanza
Medía su estatura en las raíces,
Una raza de hombres que ignoraban
La blanda sumisión de los rediles
Un pueblo campesino de patriarcas
Con poder en la voz, no en los fusiles,
Siquiera se murieron los abuelos,
Sin ver omnipotencia en los alfiles.
Hubo una Antioquia de mineros fuertes,
De arrieros invencibles,
De músculos que alzaban el futuro
Como vara de mimbre,
Una raza enfrentada a la montaña
Con tesón de arrecife,
Siquiera se murieron los abuelos,
Sin la sensualidad de los cojines.
Hubo una Antioquia donde la alegría
Retozaba en los ojos infantiles,
Un pueblo que creía en las campanas
De las torres humildes
Y respetaba el grito de la sangre
Y la virginidad de los aljibes
Siquiera se murieron los abuelos,
Creyendo en la blancura de los cisnes.
Hubo una Antioquia de himnos verticales,
De azadas y clarines,
Un pueblo que veía en las estrellas
Dorados espolines
Y le rezaba a Dios, mientras la luna,
Templaba la nostalgia de los tiples
Siquiera se murieron los abuelos,
Con esa muerte elemental y simple.
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