QUE SIMPÁTICO PRESIDENTE

Había que oír, ayer martes al señor Alvaro Uribe, en la rueda de prensa que concedió por RCN. Qué amabilidad; qué sentido del humor; qué prudente; qué condescendiente; qué tolerante, en fin, qué simpático. Qué contraste con el Uribe que teníamos de presidente antes del domingo 20 de junio: mesíanico, colérico, intolerante, irascible, innoble y perverso.

Claro. No es difícil saber que está feliz, porque logró, con su maquinaria, aplastar al profesor que quería arrebatarle el poder a la clase politiquera de la que él hace parte, y que ha forjado el país que hoy tenemos: casi un 50% de la población en estado de pobreza, sin acceso a la salud ni a la educación, y sin vivienda, mientras los privilegiados del poder se llenan las faltriqueras para luego retirarse a los pueblos de la costa o a los paraísos fiscales, ahítos de riqueza, a rumiar su inmundicia, orgullosos de no haber dejado huella de su iniquidad.

Creemos que si pensaran bien lo que ocurrió el pasado 20 de junio harían conciencia de que el triunfo fue de quienes no se sienten representados por la actual clase política, es decir, ese 50% de la población adulta que no vota, convencida como está de que nadie va a remediar su situación de pobreza e indigencia, porque con el paso del tiempo los ricos serán más ricos y los pobres serán más pobres, mientras no triunfe un gobierno que enderece el rumbo de este País de cafres.

Ciertamente, los politiqueros de todos los colores y pelambres que retuvieron el poder y sus prebendas, ninguna legitimación obtuvieron en las urnas electorales, pues apenas recibieron el respaldo de un 30.03% de la población con capacidad para votar, cifra que resulta de comparar los 9’000.000 de votos del candidato que se dice triunfante, con los casi 30’000.000 del potencial de sufragantes.

Pero ante la realidad de nuestro remedo de democracia, en este “Estado de Opinión” que ha tomado forma en la mente insana de Uribe Vélez, no queda más que desear que el candidato de los dueños de EL TIEMPO y del País mismo, haga un gobierno menos corrupto y menos reaccionario, y que el continuismo que ha anunciado no incluya el método utilizado por el gobierno de Uribe para combatir la pobreza: disfrazarla de guerrillera.

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