PRINCIPIOS, VALORES Y ANTI-VALORES

Las sociedades de todas las épocas se han regido por una serie de normas principios y valores éticos, de aceptación general, que dirigen y encausan el comportamiento de todos los miembros del grupo, preceptos sin los cuales no sería posible la convivencia pacífica, ni el ejercicio armonioso de los derechos individuales de todos los asociados.

Oportuno es reconocer que estos valores van cambiando, en la medida en que el pensamiento, los usos y costumbres de la sociedad van determinando la tolerancia a comportamientos que con el tiempo se van viendo como aceptables por su uso repetido y generalizado, o, al contrario, aquellos que no eran criticables se convierten en repudiables y son objeto de condena. Esta evolución, por supuesto, es lenta y casi imperceptible al interior de todas las sociedades.


En esa opinión generalizada de cada sociedad sobre los principios y valores que deben regir el comportamiento de sus miembros, es donde realmente tiene su origen la legislación positiva que no es otra cosa que la consagración de esas normas sociales en normas de derecho, o leyes, a fin de dotarlas de la necesaria obligatoriedad, de modo que su respeto y acatamiento pueda imponerse de manera coercitiva a todos por igual. Sin embargo, existen normas de comportamiento social que aun cuando no estén contempladas en la ley deben ser respetadas, y su transgresión es objeto de sanción social a través de la censura y el repudio general de quienes las desobedezcan. Se habla, entonces, de impedimentos éticos o de conciencia.

La sociedad de nuestro tiempo ha acogido como valores de vigencia universal el respeto a la vida, la libertad, la integridad y la dignidad de las personas; la honestidad, la lealtad, la solidaridad con los débiles y la rectitud; el respeto a los mayores; el respeto a la autoridad, la libertad de conciencia, la tolerancia y respeto por las ideas de los demás y otros valores y principios igualmente respetables. Como consecuencia lógica de todo lo anterior, se repudia y condena socialmente a quienes violan, desconocen o transgreden estos cánones de comportamiento social.

Como quiera que la autoridad, o las personas investidas de autoridad, son las encargadas de imponer el respeto y acatamiento de esas hormas de comportamiento general, y terminan convertidos en modelos de la juventud, resulta obvio que ellas, como cabezas visibles del conglomerado, deben ser especialmente escrupulosas y esmeradas en el respeto de las normas sociales, como debe serlo el padre de familia que quiere constituir una familia distinguida y ejemplar, dado que el mal ejemplo en lugar de formar, envilece.

No es bueno, entonces, ni conveniente, y por el contrario resulta nefasto, que en una sociedad como la nuestra, asediada por la desigualdad social, por el crimen, la delincuencia, la corrupción y la barbarie, quienes han sido exaltados a las más altas posiciones, o quienes son destacados dirigentes de la comunidad, en lugar de comportarse respetuosos de los valores y principios imperantes, actúen como forajidos, exhibiendo sin rubor comportamientos como: aprovechar el poder para cambiar a su favor las normas legales; permitir que sus más cercanos colaboradores conviertan las agencias del estado en guaridas de delincuentes, sin hacer nada para impedirlo; mantener amistad y aliarse con reconocidos genocidas a fin de desprestigiar a los opositores del Gobierno; premiar y exaltar como héroes, a quienes ejecutan el asesinato, la traición y la mutilación de cadáveres. Mención aparte merece, como ejemplo de anti-valor, y funesto arquetipo, la noticia sobre la contratación, por parte de un aspirante a la Presidencia de la República, de un inescrupuloso asesor, reconocido por actuar con bajeza, ruindad y felonía, como quiera que su estrate¬gia se funda en artimañas de desprestigio de los demás candidatos.


(Publicado en la Revista IMÁGENES de LA OPINION. Domingo 16 de mayo de 2010)

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