EL LICENCIADO Y EL ABOGADO
“La abogacía no se cimenta en la lucidez del ingenio, sino en la rectitud de la conciencia”, predica con razón Angel Osorio, pensamiento que debiera servir a muchos jóvenes para disuadirlos de estudiar derecho, pues por experiencia sabemos que una gran mayoría inician sus estudios con la idea de que el mejor abogado es aquel capaz de colocar la ley al servicio de los intereses de sus clientes, mediante una retorcida y acomodaticia interpretación, apartada, por supuesto, del ordenamiento jurídico. Debemos precisar que el ordenamiento jurídico es un sistema de normas armónico, jerárquico y escalonado, presidido por la Constitución, con sus principios, valores y preceptos, que sirven de guía y de meta al resto de la legislación vigente en un País. Para ser abogado no basta, como comúnmente se cree, haber cursado con éxito el pensum de la carrera, y haber obtenido el título que así lo acredita, ni siquiera conocer la ley, por dos razones elementales: porque la ley es apenas un aspecto del derecho, y segundo, porque la abogacía no es una consagración académica sino una concreción profesional. Por ello, también de la mano del profesor Angel Osorio, debemos repetir que “es abogado quien dedica su vida a dar consejos jurídicos, y a pedir justicia en los tribunales, pues quien no haga esto será todo lo licenciado que quiera, pero abogado no.” Esta la razón por la cual el título de abogado no se lo reconocemos a todos los licenciados.
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