PENA DE MUERTE O CADENA PERPETUA
Como sé que muchos de ustedes no tuvieron acceso a este artículo que fue publicado por el MAGAZIN DE LA FRONTERA, con mucho gusto lo reproduzco, mientras preparo otra producción.
No resulta fácil describir el grado de postración moral al que hemos llegado los colombianos. Creemos que no existe una palabra lo suficientemente comprensiva de la inmensa degradación de la conciencia individual y colectiva de nuestro pueblo, incluidos todos los estratos y todas las clases sociales. Somos un pueblo de bestias, de cafres, unos monstruos sanguinarios que hemos perdido hasta los instintos más elementales, colocándonos en un nivel más bajo que los animales, los que nos dan ejemplo de amor por sus crías, a las que protegen y defienden con toda la fuerza de su irracionalidad.
Acabamos de presenciar el más atroz e imperdonable de los de los crímenes, en la persona de un pequeñito de once meses, cuya desaparición y muerte fue ejecutada por iniciativa y con el patrocinio económico de su padre. Pero este abominable crimen no es resultado del azar, de una mente desquiciada, no es un acto aislado, como suelen decir los mandos militares para justificar su impotencia ante el crimen, mientras sus subalternos fabrican cadáveres con adolescentes engañados. Es el producto de una sociedad enferma, que hace tiempo perdió el rumbo, que abandonó los principios morales, y se desarrolla entre el dinero fácil, las niñas pre-pago, los analfabetos con palacios en sectores exclusivos, y el “buen gusto” de los Americanos. Una sociedad acostumbrada al abuso del poder, a la corrupción y al crimen oficial. Estamos habituados a ver cómo los delincuentes de cuello blanco se relacionan con los magistrados, los gobernadores, los congresistas, los curas, los alcaldes y los notables, quienes les hacen venias, y abrazan con efusividad cada vez que son invitados a sus palacios construidos con base en peculados y torcidas contrataciones. Una sociedad con gobiernos empeñados en acabar con quienes no están de acuerdo con sus esquizofrénicas quimeras y sentimientos de venganza; constituimos una sociedad donde se justifica y se perdonan las masacres, las desapariciones, las extorsiones, los genocidios, los descuartizamientos con moto-sierra, el robo de tierras, la violación y el asesinato en serie de niños inocentes, y toda clase de horrendos crímenes, mientras nuestros jueces, con arrogancia, y alcanforadas frases de desgastada dignidad, castigan con severidad al que roba por falta de oportunidades laborales, y a quien se atrevió a cogerle la cola a la dama que pasaba en actitud provocadora e insinuante.
Sacudido, como todos los colombianos, por el aberrante crimen de Luis Santiago, he estado meditando sobre las propuestas que se ha oído, de implantar la pena capital o la cadena perpetua para quienes violan, secuestran o asesinan niños. Movido por ese sentimiento de rabia que produce semejante crimen, pensé inicialmente que era partidario de la pena de muerte para esta clase de bandidos. Pero, luego con cabeza fría, abstracción hecha del aspecto religioso, creo que darle muerte a quien ha cometido un crimen de esa naturaleza sería premiarlo, porque suprimirle la vida, implica liberarlo de todo lo negativo que ella tiene, como las enfermedades, los desengaños, las enemistades, las traiciones y del desamor; sería impedirle que, como la mayoría de los mortales, tenga que soportar el deterioro gradual de sus facultades físicas y mentales, es decir, los quebrantos propios de la vejez, que a muchos conduce a la postración e incapacidad absoluta, y si la vida se prolonga demasiado, a un estado de imbecilidad. Equivaldría también a evitarle padecer lo que es la privación de la libertad, situación que le impedirá gozar del más preciado bien que cualquier ser humano puede gozar después de la vida. En fin, creo que el castigo que merecen los que violan los derechos de los niños y de los adultos mayores, es condenarlos a seguir viviendo en Colombia, hasta su muerte."
No resulta fácil describir el grado de postración moral al que hemos llegado los colombianos. Creemos que no existe una palabra lo suficientemente comprensiva de la inmensa degradación de la conciencia individual y colectiva de nuestro pueblo, incluidos todos los estratos y todas las clases sociales. Somos un pueblo de bestias, de cafres, unos monstruos sanguinarios que hemos perdido hasta los instintos más elementales, colocándonos en un nivel más bajo que los animales, los que nos dan ejemplo de amor por sus crías, a las que protegen y defienden con toda la fuerza de su irracionalidad.
Acabamos de presenciar el más atroz e imperdonable de los de los crímenes, en la persona de un pequeñito de once meses, cuya desaparición y muerte fue ejecutada por iniciativa y con el patrocinio económico de su padre. Pero este abominable crimen no es resultado del azar, de una mente desquiciada, no es un acto aislado, como suelen decir los mandos militares para justificar su impotencia ante el crimen, mientras sus subalternos fabrican cadáveres con adolescentes engañados. Es el producto de una sociedad enferma, que hace tiempo perdió el rumbo, que abandonó los principios morales, y se desarrolla entre el dinero fácil, las niñas pre-pago, los analfabetos con palacios en sectores exclusivos, y el “buen gusto” de los Americanos. Una sociedad acostumbrada al abuso del poder, a la corrupción y al crimen oficial. Estamos habituados a ver cómo los delincuentes de cuello blanco se relacionan con los magistrados, los gobernadores, los congresistas, los curas, los alcaldes y los notables, quienes les hacen venias, y abrazan con efusividad cada vez que son invitados a sus palacios construidos con base en peculados y torcidas contrataciones. Una sociedad con gobiernos empeñados en acabar con quienes no están de acuerdo con sus esquizofrénicas quimeras y sentimientos de venganza; constituimos una sociedad donde se justifica y se perdonan las masacres, las desapariciones, las extorsiones, los genocidios, los descuartizamientos con moto-sierra, el robo de tierras, la violación y el asesinato en serie de niños inocentes, y toda clase de horrendos crímenes, mientras nuestros jueces, con arrogancia, y alcanforadas frases de desgastada dignidad, castigan con severidad al que roba por falta de oportunidades laborales, y a quien se atrevió a cogerle la cola a la dama que pasaba en actitud provocadora e insinuante.
Sacudido, como todos los colombianos, por el aberrante crimen de Luis Santiago, he estado meditando sobre las propuestas que se ha oído, de implantar la pena capital o la cadena perpetua para quienes violan, secuestran o asesinan niños. Movido por ese sentimiento de rabia que produce semejante crimen, pensé inicialmente que era partidario de la pena de muerte para esta clase de bandidos. Pero, luego con cabeza fría, abstracción hecha del aspecto religioso, creo que darle muerte a quien ha cometido un crimen de esa naturaleza sería premiarlo, porque suprimirle la vida, implica liberarlo de todo lo negativo que ella tiene, como las enfermedades, los desengaños, las enemistades, las traiciones y del desamor; sería impedirle que, como la mayoría de los mortales, tenga que soportar el deterioro gradual de sus facultades físicas y mentales, es decir, los quebrantos propios de la vejez, que a muchos conduce a la postración e incapacidad absoluta, y si la vida se prolonga demasiado, a un estado de imbecilidad. Equivaldría también a evitarle padecer lo que es la privación de la libertad, situación que le impedirá gozar del más preciado bien que cualquier ser humano puede gozar después de la vida. En fin, creo que el castigo que merecen los que violan los derechos de los niños y de los adultos mayores, es condenarlos a seguir viviendo en Colombia, hasta su muerte."
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