ENTRE LA HISTORIA Y LA FICCION

Los hechos que voy a narrar, cuyo parecido con la realidad es pura coincidencia, ocurrieron en una universidad de provincia, de un lejano y sub-desarrollado país, en el que el uso de la fuerza había sido entregado por el gobierno a un grupo de civiles apoyados desde los cuarteles, y quienes gobernaban no eran ni los más honestos ni los más capaces. Todo comenzó con una disputa, una riña, una confrontación, que se presentó entre un hiperactivo exrector, y su sucesor. La desavenencia sobrevino, dado que el exrector, que era exageradamente hábil para los negocios, quiso seguir detentando el poder a través de algunos espoliques que dejó estratégicamente incrustados en la administración de la Universidad, lo que logró por un corto tiempo, hasta que el nuevo rector tuvo la osadía de reclamarle el irrespeto, lo que lo hizo montar en cólera, y le increpó su deslealtad, recordándole que él había sido llevado a esa alta dignidad merced a su poder y a sus influencias, afirmación que resultó ser una de las pocas verdades que el exrector dijo en su vida.

Acostumbrado como estaba a las mieles del poder, a las venias, a los halagos y a las obsequiosas asistentes, -y herido además en su amor propio-, se parapetó en su ilusorio prestigio, y se dio a la tarea de buscar, a cualquier precio, la forma de hacer remover a su traidor amigo, en la esperanza de lograr elegir a un candidato de su gusto, a su tamaño, y de su estatura moral. Luego de fracasar en una campaña de desprestigio del nuevo rector por medio de pasquines y anónimos, decidió acudir ante la ministra del ramo, quien profesaba una especial adoración por el exrector, y la convenció de que la universidad estaba en manos de un bandido que iba a acabar con su grandiosa obra, conseguida tras nueve años de vida intensa, lujos, riqueza, viajes y placeres de alcoba. A cuatro manos se montó el sainete, y la ministra envió una delegada suya con instrucciones precisas, a fin de socavar la solidez que el nuevo rector parecía tener, dado que había soportado todos los embates difamatorios sin inmutarse.

Fue así como la delegada de la ministra con libreto en mano (dictado por el exrector) se presentó al Consejo Superior a criticar cuanto tema era propuesto, comenzando por unos derechos de petición recién contestados a un exconvicto. Todo lo que el nuevo rector había hecho hasta ese momento era malo, no obstante que las ideas y los planes en desarrollo venían de la administración anterior. De manera especial, embistió (ni más ni menos) contra el proyecto de compra de una clínica, que se estudió, se planeó y se estaba ejecutando por sugerencia del gobierno nacional, y con apoyo en un crédito oficial. Se valió de la pasividad, exagerada educación, y temor reverencial de los miembros del Consejo Superior, todos gentes de academia y sin malicia política, para distorsionar la verdad, y presentar las cosas en forma amañada. Finalmente, a nombre de la cartera que representaba, la emprendió contra la forma como había sido designado el rector, que no era más que una copia al carbón del sistema que se había inventado el exrector para permanecer en ese cargo por el tiempo que quiso, hacer y deshacer a su antojo, y que nunca antes había merecido reparos por parte del gobierno central. Cuando a fuerza de gritos, ofensas y amenazas, la recadera de la ministra entendió llegado el momento de dar el zarpazo final, espetó a los atemorizados miembros del Consejo Superior, que la única manera de evitarse la investigación que ya venía desde el Ministerio, era modificar el acto de nombramiento del rector. De esta torcida manera, secundada por los otros dos engominados representantes del Estado y un despistado y resentido exrector, obtuvo la aprobación de un Acuerdo, por medio del cual se dispuso que el período del rector expiraría el 31 de diciembre siguiente, fecha para la cual sólo restaban 33 días, acusándolo de no haber obtenido ingresos suficientes para atender el presupuesto de gastos de la Universidad.

La historia termina en que el exrector no pudo sacar ventaja del barullo que había armado, y luego de una rectoría de transición que no pudo contener el progresivo aumento del déficit, la clase política asumió el manejo de la Universidad, y ésta tuvo que clausurarse, hace ya más de cien años.

P.D. La cena que el exrector tenía preparada para celebrar el nombramiento de su candidato, hubo de suspenderse, porque aquel falleció de un infarto fulminante, cuando una antigua “asistonta” lo llamó para comunicarle que la designación había recaído en alguien que lo odiaba más que lo que puede odiar Jaime, el penado, a Pedro Cordero. La historia cuenta que tal era la obsesión del exrector por “su” universidad, que su alma todavía habita entre las ruinas de lo que fuera la ciudadela universitaria, y se le escucha decir: “Esa vieja H. P. le está mamando gallo. Mándele una carta al Gobernador….”

Comentarios

  1. Excelente artículo, por fin conocí toda la película que le montaron a mi colega.

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  2. Sin una tílde más ni una tílde menos asi fue que ocurrieron las cosas¡¡¡¡

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